INMORALITY ACT - ANA MOYA
MI IDEA PERSONAL :
Esta novela tiene 222 páginas y está dividida en cuatro partes: la mansión Macrorie, Seamus, Andrew y Lungile.
La protagonista de la historia es Julia McClure, una niña inglesa que llega a Pietermaritzburg (Sudáfrica) desde su Londres natal. Sus padres se aventuran a dejarlo todo y partir hacia el sur de África a principios de la década de los 80,en busca de un futuro mejor.
Julia tiene 12 años cuando llega a Pietermaritzburg, es extrovertida, alegre y acostumbrada a las sociedades europeas de la época. Nada más llegar le choca el modo de vida en Sudáfrica, la separación entre blancos y negros, las estrictas normas que impone el apartheid y las consecuencias de no cumplirlas. Al principio se siente sola, diferente a los otros en esa ciudad de la provincia de Kwazulu-Natal, tierra de los zulúes y echa de menos su casa de Brick Lane en Londres.
Un hecho marcará el inicio de su adolescencia, la visita a la mansión Macrorie, famosa por su fantasma. En una visita escolar a dicha mansión Julia conoce a Andrew Campbell, un niño sudafricano perteneciente a una de las familias más poderosas e influyentes de la zona, y a Lungile Ntombi, un chico negro de 14 años hijo de la conserje de la mansión Macrorie. Entre los tres surge desde aquel día una fuerte amistad, que no agrada a casi nadie, ni a los padres de los niños ni a la sociedad en general, donde la amistad entre blancos y negros era impensable. Tan solo el sacerdote de la Misión, el irlandés padre Seamus, acoge al grupo de amigos y los cautiva con su alocada manera de ser, sus palabrotas y su bondad. Pero incluso Seamus sabe que aquella relación entre los tres niños no está bien, a pesar de que intente educar a Lungile como un blanco más, él es zulú, y siempre será un criado de los blancos, un ayudante, un ser inferior.
La novela pese a tener 222 páginas no se lee rápidamente, ya que contiene palabras afrikaans, zulúes, nombres de lugares y personas complejos…ya solo Pietermarizburg, me costó un rato la primera vez. Me ha gustado que parte de la historia se desarrolle en el momento en que liberan a Nelson Mandela de la prisión, el 11 de febrero de 1990 tras 27 años cautivo. También la historia que le ocurrió a Mahatma Ganghi en Pietermaritzburg se trata en el libro. Fue expulsado en 1893 de un vagón del tren de primera clase en esta ciudad por ser indio .A partir de esta circunstancia y otras tantas muestras de racismo hacia sí mismo por ser indio y lo que observaba que le sucedía a la población negra de Sudáfrica, comenzó su preocupación por los problemas de discriminación racial hacia todos aquellos que no fuesen blancos. Yo la desconocía, así que me ha resultado muy interesante. También aparecen las montañas Drakensberg (montañas del dragón en Afrikaans) y otros tantos lugares de la provincia de Natal que te ayudan a adentrarte en la historia. Se nota que la autora se ha documentado extensamente, no solo porque conoce bien la zona y los lugares que nombra, sino porque trata el tema del apartheid que imperaba en Sudáfrica en esa época y las relaciones entre la raza blanca y las demás con mucha profundidad. Lees el libro y te queda ese poso de tristeza, ese sentimiento de ¿cómo es posible que esto haya pasado y nadie haya hecho nada?, un poco lo que me ocurre cuando leo libros del holocausto judío, la época nazi…o los que tratan sobre la esclavitud en Norteamérica, esa misma sensación de no me lo puedo creer, pero es verdad.
En cuanto a los personajes me sentí un poco defraudada por Julia, quizás esperaba más valor de ella, pero analizando bien las circunstancias puede que yo hubiera hecho lo mismo. Me sobraron algunos pensamientos contradictorios de la protagonista, era demasiado irreflexiva en algunas actitudes y por otro lado cobarde en otros momentos.
Andrew durante toda la novela me resultó poco cercano y no empaticé con él, si bien hacia el final me dejó mejores sensaciones. Era un niño blanco pijo en una sociedad súper racista, así que teniendo esto en cuenta, puedo entender sus decisiones.
Y qué decir de Lungile Tnombi. Su nombre significa “el bueno” en zulú, y como tal se comporta, un buen hijo, un buen amigo, un buen trabajador de la Misión de los padres católicos, pero tampoco es perfecto. Él es una víctima más de la sociedad, del racismo más cruel, eso es incuestionable, pero sus amigos, la chica inglesa y el acaudalado sudafricano tampoco pueden cambiar la coyuntura de un país por arte de magia. Es también víctima de Seamus y el resto de los padres misioneros. Tratan de integrarle en el mundo de los blancos, pero ¿a qué precio?
La novela me ha gustado y la temática entretiene e ilustra a partes iguales. Quizás la encuentro redundante en el aspecto del fantasma de la mansión Macrorie. Aun siendo el punto de unión de los tres amigos en la infancia, en el transcurso de la historia me resulta algo repetitivo. Pienso que se podría haber desarrollado más la trama de los tres protagonistas, pero en general es un buen libro que trata de un problema social del que todos deberíamos reflexionar, sobre todo porque el racismo no se ha terminado, ni en Sudáfrica ni en otras partes del mundo.
El título, “Immorality Act” está muy bien elegido. Recomiendo esta novela a un público adulto y juvenil.
MI IDEA PERSONAL:
Desde el momento en que conocí la trama de
este libro supe que me gustaría leerlo, ya que siempre me ha llamado la
atención cómo los seres humanos en infinidad de ocasiones hemos sido y somos
capaces de considerar a otra persona un ser inferior, justificar este
pensamiento y hacer todo lo que sea necesario para beneficiarse de ello. Esta
novela me pareció una buena oportunidad de conocer más de cerca el apartheid sudafricano, un ejemplo de
estas atroces injusticias, a la vez que me permitía aprender datos relacionados
con este sistema.
A medida que avanzaba en la lectura me
sorprendí al comprobar que en absoluto es un relato histórico, ya que solo
aparece algún nombre, dato o fecha a modo de pinceladas para establecer el
trasfondo de la novela. En realidad, la trama principal se podría definir más
bien como la historia vital de la protagonista, Julia, y el impacto que el país
sudafricano y su reglamento segregacionista tuvieron en ella y en la evolución
de su relación con sus dos mejores amigos: Andrew, un blanco sudafricano de la
élite económica; y Lungile, un negro con ganas de cambiar las cosas en su país.
He de reconocer que la estructura del libro
al principio me pareció un poco compleja, ya que se van intercalando distintos
momentos en la vida de los personajes, y tardé en conseguir distinguirlos. Aun
así, creo que esto también puede estar buscado de manera intencionada por la
autora para representar el desorden que la protagonista tiene respecto a sus
memorias de la infancia y juventud; y en cualquier caso te vas ubicando y hace
que la novela sea bastante dinámica.
De las reflexiones que Ana Moya me ha
transmitido en la lectura, hay dos que me han sorprendido gratamente. Por una
parte, me ha quedado claro que pese a lo que la mayoría podríamos pensar, a
parte de la población blanca de este país también le afectó el apartheid, aunque no en igual medida. Al
fin y al cabo, hubo gente que también sufrió no poder relacionarse con los
negros o mestizos, o tener que tomar decisiones entre elegir una vida cómoda y
próspera o apoyarlos y perder el favor de la sociedad.
Por otra parte, me ha gustado mucho la
visión que da la autora sobre lo que podían pensar los negros de la “pena” que
sentían algunos blancos hacia ellos. Muchos de los que cargaban contra las
injusticias solo lo hacían para aliviar su conciencia, pero en el fondo sabían
que si todo cambiaba perderían su cómodo estilo de vida y el control que
ejercían sobre los verdaderos nativos del país, y tenían miedo.
También me gustaría destacar que las pequeñas referencias históricas a personajes como Mandela o Gandhi, además de ayudar a ambientar la historia me dieron pie a investigar más a fondo sobre el apartheid y esas décadas de la historia de Sudáfrica, cosa que indica que esta lectura me ha transmitido interés y curiosidad por el tema. Algo que me llamó especialmente la atención fue la creación a partir de 1951 de bantustanes, pequeños estados inventados dentro del propio país para reagrupar allí a los negros y conseguir que dentro de su nación fueran considerados como extranjeros en condición de ilegalidad.
Municipio de Edendale,
Sudáfrica, creado en 1851 cuando 100 familias cristianas negras fueron
obligadas a desplazarse 10 km de Pietermaritzburg.
Tras haber terminado de leer el libro, una
de las sensaciones que me ha transmitido prevalece sobre las demás: pese a que
el apartheid acabó oficialmente en
Sudáfrica y Namibia en 1992, y ya desde antes se habían ido relajando algunas
prohibiciones o restricciones, la realidad para la población marginada por el
sistema apenas se vio cambiada. La estructura económica y social que implantó
la minoría influyente blanca en esos países para su conveniencia trastocó de
manera mucho más profunda la organización tradicional del país así como la
posibilidad de aprovechar sus recursos, y sus efectos aún se perciben de manera
clara a día de hoy en el país considerado como el más desigual del mundo.
El apartheid
acabó en la teoría hace ya más de treinta años, pero las injusticias cometidas
hacia la población negra, india o mestiza aún marcan el día a día de todas
estas personas que constituyen tres cuartas partes del país.
Como ejemplo de ello, he podido rescatar un fragmento de un reportaje del New York Times del 2017 en el que se denota esto claramente:
“Se suponía que el fin del apartheid sería un comienzo.Judith Sikade se imaginaba escapando de los guetos donde el gobierno había obligado a vivir a las personas de raza negra. Su meta era encontrar trabajo en Ciudad del Cabo y cambiar su improvisada vivienda por una casa con servicios modernos.
Más de dos décadas después, Sikade, de 69 años, vive en el lodo lleno de basura del gueto de Crossroads, donde miles de familias negras han usado tablones astillados y láminas de metal para construir chozas por falta de otro lugar donde vivir.
“He ido de una choza a otra”, dice Sikade. “Seguimos viviendo en el apartheid” […].”
Opino que uno de los objetivos de la autora
era hacer reflexionar al lector sobre si el final teórico del apartheid ha
supuesto un cambio a mejor real en las vidas de quienes lo sufrieron, y en mi
caso, al menos, lo ha conseguido.
Fotografía aérea donde se
aprecia el espacio impuesto obligatoriamente entre las lujosas urbanizaciones
de la minoría blanca (a la derecha) y los barrios negros marginales de chabolas
(a la izquierda).
¡Buena reseña! Yo tampoco conocía las leyes de segregación del Apartheid
ResponderEliminarGracias por comentar
EliminarSuper enriquecedoras estas reseñas. El tema de la letra es importante para mi, pero creo que aún así, disfrutaría esta lectura.
ResponderEliminarBesos.
Muchas gracias Noelia. Besos
EliminarMuy buena entrada y una lectura bastante original.
ResponderEliminarGracias, me encanta descubrir libros y autores y no quedarse siempre en lo mismo
saludosbuhos!
La verdad es que esté bien de vez en cuando salir de la rutina. Abrazos
ResponderEliminarHola Alvaro!!
ResponderEliminarGracias por la recomendación, no conocía este libro.
Besos💋💋💋
Un saludo Ella, Besos
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